lunes, 22 de febrero de 2016


¿HUBO SIBARITAS ANTES DE EL BULLI?


 




Si las palabras fuesen espadas, unas cuantas habrían perdido ya su punta y su filo. Albricias para los pacifistas; duelo y luto para los amantes del idioma. Sibarita es una de ellas, arrojada al vertedero de las naderías del castellano contemporáneo. Otra que tal vaga, como un espectro sin carne en el Hades de la pamplina, es dandy. Pero de esta ya te hablé en una entrada de mi otro blog, El viento de mis velas.

Se conoce como "sibarita" a la persona aficionada al lujo y a los placeres caros y refinados. Pero me temo que ese perfil ha degenerado hasta el punto de convertirse en la definición del nuevo rico fanfarrón -y seguramente cómplice- que a las primeras de cambio te enseña una cuenta del último restaurante de moda, condecorado con más estrellas que un capitán general. Con eso te quiere decir que ha estado allí, pero no te cuenta si lo ha pagado con su dinero o con el de algún chanchullo, es decir, con dinero tuyo, de ese y de aquel otro de más allá. Como también se ha corrido mucho la especie de que a cualquier españolito de a pie le ha hecho la boca el mismísimo Baco, pues ahí tenemos, cómo no, al moscardón de enoteca que va dando lecciones de sibaritismo al primer despalomao que se encuentra. Como a mí se me ve el gesto de vinagre a la legua, ni se molestan.



 
¿Y a quién se le puede calar con propiedad la mitra de sibarita? Pues, por ejemplo, a Balzac, que gastaba todo lo que ganaba -y ganó mucho porque escribió y publicó una barbaridad- en banquetes pantagruélicos; que cuando no comía ni escribía, echaba el rato con sus amigos del Club de los Comedores de Hachís; que ideó un sistema para extraer del café toda su esencia, como ya te conté en una vieja entrada; y, además, ya puestos, que disertó sobre el dandismo.

Pero sibarita, palabra ajada como una hetaira desdentada, tiene un origen de mayor enjundia que aquellas tonterías, aunque, en alguna de sus facetas, es un buen reflejo de este fin de civilización. Para empezar, fue un gentilicio...

Síbaris, una colonia de emigrantes helenos, llegó a convertirse en una de las ciudades más importantes de la Magna Grecia; así llamaron los romanos a la reunión de urbes fundadas por colonos griegos en el sur de Italia y en Sicilia a partir del siglo VIII a. C., justo cuando Rómulo reunía a una panda de forajidos tras las empalizadas de lo que un día sería Roma e intentaba raptar, poco después, a las mujeres de los sabinos.

 
Los helenos llevaron a sus colonias la fanática independencia de las polis de su tierra materna; por eso tuvieron que ponerles un nombre común los romanos, porque los magnos griegos no tenían conciencia de unidad. Y la verdad es que se combatieron entre sí con saña hasta que, en el siglo II, llegó el triunfo de Roma frente a Cartago y muchas de las antiguas colonias, aliadas con los cartagineses, recibieron el finiquito.

El origen de Síbaris entra de lleno en la mitología. Ya te avisé, en la entrada sobre el presunto proxenetismo de Miguel de Cervantes, de que los mitos tendrían aquí mucho espacio. Son, sin duda, un modo de recrear la Historia, pero también el almacén de nuestros arquetipos culturales, tan amplio como ese otro en el que a Indiana Jones le confiscaban sus hallazgos.

Cerca de la ciudad oracular de Delfos, en una gruta montañosa, se escondía una vampira llamada Lamia, que chupaba la sangre a los niños. Sí, por entonces, Grecia ya estaba llena de chupasangres, todas hembras y casi todas obsesionadas con los infantes: Lamia, un bello torso femenino rematado en una cola de serpiente; Empusa, vampira metamórfica que, cuando se convertía en mujer, tenía una pierna de bronce; éstriges, hijas antropófagas de las Harpías... 

 Como es lógico, Lamia tenía muertos de miedo a los lugareños. Para aplacarla, le ofrecieron en sacrificio a un efebo bellísimo, Alcioneo. Pero otro joven, Euríbato, enamorado de la víctima propiciatoria, entró en la guarida del monstruo y arrojó a Lamia contra unas rocas; allí donde la vampira cayó, manó una fuente que los agradecidos paisanos llamaron Síbaris. Cuando unos cuantos de ellos decidieron emigrar a Italia, llamaron así a su colonia. Y aquí volvemos a la Historia... 

Los primeros colonos de Sibaris nacieron en Acaya y Argólida, dos regiones del Peloponeso ("la isla de Pélope"), la península montañosa del sur de Grecia donde se levantó Olimpia y se celebraban sus famosos juegos.

Los descendientes de Pélope, rey mítico que dominó el Peloponeso, vivieron sometidos o en guerra con los invasores dorios, quienes formaron una élite militar hegemónica: Esparta. Muchos de los colonos que emigraron eran ciudadanos, si tenían tal consideración, de segunda clase; o habitantes de tierras arrasadas, con más bocas que espigas de trigo. Si osaban rebelarse, la opción a la muerte era fundar colonias, fiscal y militarmente ligadas a la metrópoli, al menos hasta que conseguían poder suficiente para desligarse.

Síbaris, en la orilla occidental del Golfo de Tarento, ofrecía la mejores condiciones de vida para sus colonos aqueos y argivos. Sus campos de trigo y vides eran feraces; en las montañas se podían criar ovejas y cabras, mantener colmenas, cortar madera y extraer betún y plata. Pero fueron otras las causas que convirtieron aquella factoría colonial en un emporio mediterráneo.


 


Primero, los mercaderes sibaritas se convirtieron en importadores de púrpura de Mileto, en Asia Menor, un tinte que se extraía de un molusco, el múrice, y que fue exclusivo de la realeza y la aristocracia a lo largo y ancho del mapamundi. La cosecha era muy pequeña para la enorme inversión en capturas y tiempo, de ahí su coste. Una vez en Italia, era vendido a los etruscos, dueños del Mar Tirreno y sibaritas antes de Síbaris. Para comerciar con ellos, los sibaritas originales establecieron otra colonia en la costa tirrena: Posidonia, luego Paestum.

 
Y aquí llega la segunda causa del esplendor de la colonia aqueo-argiva. Los sibaritas establecieron una ruta por tierra entre su ciudad madre y la franquicia. Así evitaban los mil y un peligros -accidentes geográficos, piratería- del Estrecho de Mesina... Y no solo ellos, sino también los mercaderes del Mediterráneo oriental que planearan alcanzar la costa occidental de la Península Itálica. En consecuencia, Síbaris y Posidonia se convirtieron en peajes del comercio grecolatino.


 



La ciudad llegó a ser tan rica que se decía que los niños que jugaban en las calles iban vestidos de púrpura. Los sibaritas delegaron los trabajos más pesados, o menos placenteros, en los habitantes de otras ciudades con las que comerciaban o que dominaban. Hasta el punto de que se prohibió que, en lugar tan rico, abrieran tienda los plateros, que hacían "demasiado ruido" con el tintineo de sus mercancías y con esos diminutos yunques llamados tas (si haces crucigramas, sabrás de qué te hablo). Ya no te diré nada de cuán prohibidas estaban las herrerías y las carpinterías. Ni siquiera se permitía tener gallos que despertasen a horas intempestivas a los sibaritas.


 








Llegó el punto en que los alimentos los tuvieron que traer de fuera, pues les resultaba agotador ver cómo los agricultores levantaban las azadas; y se enojaban si alguien les describía esa acción, aun sin verla. El vino, eso sí, llegaba a través de canales desde las viñas a los palacetes; mansiones que se convertían en un infierno de insomnes si un solo pétalo de los lechos de rosas en los que dormían se arrugaba y se les clavaba en la piel.


 
Se habla de un aristócrata que exigió a sus esclavos un vino y un pescado distintos para cada día del año; si no, mandaría que les dieran tantos azotes "como pestañeos tiene una jornada". Y se cuenta que a una antojadiza matrona le servían la comida con pinzas de cigala hervida y le calentaban la cama con "calor de doncella".


 
También se les atribuye a los sibaritas el invento del orinal, para no tener que levantarse de sus triclinios durante los banquetes, los muy helénicosimposio; tal colmo de capricho civilizado no tuvo parangón hasta que, en el siglo XVIII, el conde de Sandwich inventó los emparedados que llevan su nombre, que le excusaban de levantarse durante sus timbas.

 
Y aún más. Puesto que pretendían evitar las molestias del viaje a Olimpia para participar en sus juegos, los sibaritas patrocinaron los suyos. Y como les sobraba el dinero, ficharon en exclusiva a los mejores atletas olímpicos. Síbaris era la jauja de la época, y nadie se resistía a la melodía que salía de sus bien afinadas bolsas.  

¿Leyendas? ¿Propaganda? ¿Envidia? ¿Infundios de sus competidores? ¿De todo un poco?

A finales del siglo VI a. C., a sus enemigos les pintaron calva la ocasión, con leyendas o sin ellas. Deslumbrados por el brillo del oro sibarita, una muchedumbre de griegos, itálicos, hispanos, africanos y asiáticos habían llegado a Síbaris en busca de fortuna casi desde su fundación. 


Durante generaciones, esos inmigrantes y sus descendientes formaron una masa de funcionarios, soldados, mercenarios, agricultores, pastores y artesanos. En el año 510, un demagogo, es decir, un líder de aquella plebe, se hace con el poder y confisca los bienes de las quinientas familias más poderosas de la ciudad. La élite sibarita se refugia en otra polis de la Magna Grecia, Crotona, más al sur, en la suela de la bota itálica.

Crotona, como Síbaris, era de origen aqueo, aunque su epónimo no fuera un monstruo como Lamia/Síbaris sino el gigante Crotón, a quien Hércules mató por accidente. Los crotoniatas declararon la guerra a los sibaritas, que contaban con un ejército tres veces mayor: trescientos mil infantes y cinco mil jinetes.

 La caballería era la élite del ejército de Síbaris, en la que formaban aquellos que podían pagar un caballo, una armadura y una lanza. Es muy probable que la caballería sibarita fuera similar a la de Tarento, otra colonia. Los jinetes tarentinos dieron nombre a la caballería ligera de la época helenística por sus singulares tácticas y su armamento, compuesto por escudo y jabalinas.

La leyenda cuenta que fueron la riqueza, el lujo y la molicie consecuente las que acabaron con Síbaris. Todo eso y sus caballos...


 

Los sibaritas se hicieron expertos en su doma; los importaban de Tesalia, Capadocia y Persia y los seleccionaban con criterio cruel. Primero les hacían pasar sed y hambre; soltaban a los supervivientes lejos del agua y se quedaban con los tres primeros de cada manada que llegaran corriendo hasta ella. Luego los adiestraban con una mezcla de más hambre y música y los recompensaban con un pienso sibarítico. Los bañaban como si fueran doncellas, les cardaban las crines con peines de marfil y se las trenzaban con hilos de oro. Imagino que, antes de la batalla contra Crotona, los nobles de Síbaris aparecerían montados en sus caballos danzarines, muy ufanos ellos, pero acompañados de mercenarios: hoplitas griegos, arqueros asiáticos, honderos hispanos... Porque, naturalmente, los sibaritas no combatirían a pie.


 
Pues bien, los crotoniatas, con el mítico atleta Milón al frente, llevaron músicos al campo de batalla, así que cuando la caballería de Síbaris cargó, el aire se llenó de notas de flautas, címbalos y crótalos... ¿Y qué pasó? Que los caballos sibaritas rompieron a bailar, causando tal confusión en sus propias filas, que los de Crotona se encontraron con medio trabajo hecho. 

Síbaris fue arrasada por Milón y sus tropas y desapareció literalmente del mapa, anegada por la desviación del río Cratis; Posidonia cayó ante otro pueblo itálico, los lucanos, un siglo más tarde. Lo que hoy queda de los sibaritas es una palabra a medio camino entre la admiración y el tedio por tanto rascanalgas fanfarrón que come, bebe y paga de oídas. Afortunadamente, la Historia viene en nuestro auxilio y nos los quita de encima.




 

10 comentarios:

  1. Interesantísimo como siempre.
    Un saludo.

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    1. Muchas gracias, Teresa... ¡Qué comentario tan tempranero! Así da gusto. Un saludo.

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  2. Hoy en día no hay sibaritas; lo que hay es chorizos, y no criollos precisamente, que beben bien y comen mejor y, como dices lo pagan con tu/nuestro dinero. Que sepan lo que comen o lo que beben ya es otra cosa ¿Nos damos cuenta de que con todo lo que han robado se pagaba la deuda y se acababa con el déficit? Es que me pillas motivada.
    A lo importante, tu entrada magnífica, como siempre. Mira que ignora una cosas. No tenía idea del origen del término sibarita.
    Un abrazo.

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    1. Pues ya lo sabes, mira por dónde. En cuanto al resto, como periodista me los he encontrado a puñaos: concejales, consejeros, politiquillos de medio pelo... Y siempre dándote lecciones, de lo que sea. Sí, yo tambiën estaba motivado. Gracias por tu comentario, Rosa. Un abrazo.

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  3. Fantástica entrada. Me ha sorprendido especialmente esa leyenda de Sant Jordi convertido en efebo enamorado. La fuente dónde muere el monstruo en contraposición al rosal que nace dónde se vierte la sangre del heroe.
    Creo que en la actualidad sí tenemos sibaritas pero, los más interesantes bajo mi punto de vista, lo son en privado. Pensemos si no lo somos todos un poco, abandonándonos al "dolce fare niente" los fines de semana y al deleite de los placeres culinarios con los que te das, de vez en cuando, un homenaje.
    Creo que hubiera sido feliz en Síbaris sólo por una cosa, por la ausencia absoluta de ruido. Es una de las únicas cosas que no soporto bien.
    Felicidades, amigo. Como siempre genial. Feliz tarde.

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    1. Es verdad, no había caído en la semejanza, claro, ¡qué bueno! Sí, los verdaderos sibaritas están muy concentrados en sus placeres como para andar fastidiando. Y en cuanto al silencio, estoy completamente de acuerdo contigo. Cada vez lo aprecio más. Muchas gracias, Elisenda. Feliz tarde para ti también.

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    1. Eres una sibarita del arte y de la vida, Suni, por eso valoro tus comentarios. Un abrazo.

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  5. ¡Fantástico post, José Juan! Pasmada me he quedado ante tanto exceso. Seguro que algún excéntrico divo pone en práctica más de una caprichosa exigencia en su contrato inspirado en este pueblo. Esperemos que no se extienda la información entre nuestros políticos, aunque a muchos se les esté cayendo ya el pelo por sus desmanes. Desconocía por completo el origen del múrice. A partir de ahora, cuando caiga en mis manos una cañilla, la miraré con otros ojos. Un abrazo.

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    1. Ahí está, la cañilla, ni más ni menos... Y la verdad es que los de aquí se han pegado ya todos los pasotes a costa de bolsillo ajeno. Y sin ninguna elegancia. Muchas gracias por tu comentario, Carmela.

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